viernes, 4 de enero de 2013

Ocho letras que son mucho más que dos palabras

Hollywood nos ha venido la idea de que decir "te quiero" en Estados Unidos es todo un acontecimiento que suele ir precedido de una cena a la luz de las velas o similar. Puede que el motivo de tanta parafernalia sea el miedo a la contestación: un "gracias" o un silencio que pueden hundir las expectativas del otro.

El lado contrario está formado por las personas que no paran de decirlo a todas horas y casi hasta al lechero. En este caso, esas dos palabras comienzan a perder su verdadero significado porque el que las dice no considera que sea algo realmente importante.

Así que, como siempre, en el término medio está la virtud. Esperar el momento adecuado para decir por primera vez "te quiero" es fundamental. No es necesario que haya velas, ni cena, sólo estar con la persona adecuada y compartir un momento que resulte especial para ambos. Aprender a usar esas dos palabras mágicas en los momentos justos puede constituir toda una técnica. Es importante saber llenarlas de auténtico significado para que no se conviertan en una simple fórmula que usamos al despedirnos del ser querido.

En todo caso, cuando oímos "te quiero" queremos que suene como si fuera la primera vez que lo escucháramos en nuestra vida. Y deseamos que nunca antes esa persona hay pronunciado esas ocho letras, aunque sepamos que no es verdad. Lo bonito es quererlo y desearlo y esbozar una sonrisa cuando nos lo dicen. Ojalá no pasara nunca esa sensación que se tiene al principio, porque el querer nunca debe convertirse en un hábito o costumbre. Por eso soy de las que prefieren los "te quiero" que cuestan decir, no por miedo, si no por falta de costumbre. Soy de las que quieren que cada "te quiero" sea un evento y que esas dos palabras me suenen como si fuera la primera vez que las oigo.

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