lunes, 21 de enero de 2013

Mi filmoteca particular: In time


In time refleja una distopía no tan descabellada para los tiempos que corren. La historia se desarrolla en el año 2161 y se basa en la idea de que a los 25 años la gente deja de envejecer, pero en ese momento se activa un reloj con una duración de un año. Transcurrido ese tiempo, todos mueren de un ataque cardíaco. Sin embargo, toda su economía se basa en el tiempo. Se trabaja a cambio de tiempo y las cosas se pagan con tiempo. Este es el motivo por el que los ricos viven eternamente.

Will Salas es el protagonista de esta historia y es interpretado por Justin Timberlake, que sorprende en este papel al demostrar que no sólo es una cara bonita y un cantante pop. Él reside en uno de los barrios pobres y vive a diario al límite, ya que tiene el tiempo justo para poder acabar con vida cada día. Sin embargo, una noche se encuentra en un bar a un tipo de los barrios ricos con un reloj que marca más de un siglo. Es atacado por uno de los mafiosos de la zona y Will le salva la vida. Cuando despierta le ha transferido todo su tiempo excepto cinco minutos para ir a morir a un puente cercano.

Nuestro protagonista se traslada a los barrios ricos con el firme propósito de no malgastar ese tiempo. Pronto consigue más horas de vida jugando en los casinos, pero se enamora de Sylvia Weis, interpretada por Amanda Seyfried. Se trata de la hija de uno de los hombres con más tiempo del mundo. Surge el amor o, al menos, la atracción entre ellos, pero Will se ve obligado a secuestrarla cuando se ve cercado por la policía del tiempo que investiga la muerte del rico que se encontraba en su barrio. A partir de ahí todo es un no parar de persecuciones y enfrentamientos.

Will y Amanda se convierten en una especie de Robin Hood al robar el tiempo de los bancos para repartirlo entre los más pobres. Sin embargo, los precios suben para compensar el aumento de sus vidas. Nada parece que puede detenerles en su lucha contra un sistema injusto.

La película me pareció muy entretenida y con muy buenos actores. Pero el verdadero motivo por el que le dedico esta entrada es que creo que ese futuro no era tan de ciencia ficción como debería ser. Vivimos tiempos de crisis en los que muchos no pueden trabajar y los que lo hacen tienen que echar muchas más horas de las que deberían, sacrificando su tiempo libre.

Tal vez llegue el día en el que paguemos con tiempo todo aquello que queramos conseguir porque el dinero habrá perdido su valor y sólo nuestra vida servirá como moneda de cambio para los ricos que podrán seguir viviendo como si nada. Ojalá surja entonces un Will Salas que nos recuerde lo que realmente importa.

viernes, 4 de enero de 2013

Ocho letras que son mucho más que dos palabras

Hollywood nos ha venido la idea de que decir "te quiero" en Estados Unidos es todo un acontecimiento que suele ir precedido de una cena a la luz de las velas o similar. Puede que el motivo de tanta parafernalia sea el miedo a la contestación: un "gracias" o un silencio que pueden hundir las expectativas del otro.

El lado contrario está formado por las personas que no paran de decirlo a todas horas y casi hasta al lechero. En este caso, esas dos palabras comienzan a perder su verdadero significado porque el que las dice no considera que sea algo realmente importante.

Así que, como siempre, en el término medio está la virtud. Esperar el momento adecuado para decir por primera vez "te quiero" es fundamental. No es necesario que haya velas, ni cena, sólo estar con la persona adecuada y compartir un momento que resulte especial para ambos. Aprender a usar esas dos palabras mágicas en los momentos justos puede constituir toda una técnica. Es importante saber llenarlas de auténtico significado para que no se conviertan en una simple fórmula que usamos al despedirnos del ser querido.

En todo caso, cuando oímos "te quiero" queremos que suene como si fuera la primera vez que lo escucháramos en nuestra vida. Y deseamos que nunca antes esa persona hay pronunciado esas ocho letras, aunque sepamos que no es verdad. Lo bonito es quererlo y desearlo y esbozar una sonrisa cuando nos lo dicen. Ojalá no pasara nunca esa sensación que se tiene al principio, porque el querer nunca debe convertirse en un hábito o costumbre. Por eso soy de las que prefieren los "te quiero" que cuestan decir, no por miedo, si no por falta de costumbre. Soy de las que quieren que cada "te quiero" sea un evento y que esas dos palabras me suenen como si fuera la primera vez que las oigo.