viernes, 18 de abril de 2014

Te odio tanto que acabaré contigo

Este año se cumplen veinte desde la masacre que tuvo lugar en Rwanda y hace unas semanas vi la película "Hotel Rwanda", sí soy un desastre porque aún no la había visto, ya que este tipo de películas me gusta verlas sola y con tranquilidad, ya que me producen un profundo pesar y reflexión.



En este caso no quiero hablar del argumento de la película ni recomendarla (cosa que hago, obviamente), se trata de compartir una reflexión que me atormenta durante días cuando veo alguna historia de este tipo. Más bien, se trata de dos pensamientos. El primero de ellos es la capacidad que tiene el ser humano para odiar lo que no entiende o, lo que es peor, lo que envidia. En esta película se produce la práctica exterminación de un grupo étnico o subgrupo dentro de una misma etnia, como prefiera decirse. Lo cierto es que no existía ningún rasgo externo que permitiera distinguir a unos de otros y era necesario comprobar los documentos de identidad para decidir si se asesinaba a esa persona o no. En el caso de las mujeres, muchas eran violadas o secuestradas para convertirse prácticamente en esclavas sexuales del ejército exterminador. Lo que siempre me ha llamado la atención es cómo se puede despreciar tanto a una persona como para matarla como si de un perro se tratara, pero sí pueden mantener relaciones sexuales con sus mujeres. Personalmente, no me acostaría con una rata (si ello fuera físicamente posible) porque me dan asco, así que me resulta incomprensible que un hombre viole a una mujer que considera peor que el animal más horrible del mundo. Extrapolando este caso al de los nazis y los judíos, sigue asombrándome que se pueda odiar tanto a una etnia, una raza, a una persona...como para causarle un sufrimiento terrible y querer acabar con ellos a toda costa. Puedo entender el odio hacia quien te ha causado un mal, aunque ahí hablaría más de venganza que de odio, en sentido estricto, aunque a veces vayan de la mano. El ser humano puede llegar a ser el animal más irracional que pisa la tierra cuando mata por el simple hecho de matar o cuando quiere disfrazar la envidia de odio, porque siempre son los ricos y poderosos los objetivos de esas matanzas que después escandalizan a los que miraron hacia otro lado y creyeron que no era su problema.

Mi otra reflexión es sobre los héroes silenciosos, que no visten ningún uniforme ni reciben medallas por salvar vidas. En el caso de la película a la que me he referido al comienzo de esta entrada, nos encontramos con un protagonista que se jugó su propia vida acogiendo a miembros del grupo objeto de exterminio y cuando pudo abandonar el país, no lo hizo por intentar ayudar a más personas que no tenían nada y que iban a ser masacradas. Nuevamente, no puedo dejar de ver cierto paralelismo con ese alemán avaro que poco a poco usó su fortuna para salvar a todos los judíos que pudo en "La lista de Schindler". Obviamente, los soldados que arriesgan su vida para salvar a los inocentes de una matanza o una guerra que ellos no pidieron ni provocaron, merecen también mi admiración, pero lo cierto es que ellos tienen una obligación inherente a su puesto, mientras que los héroes de los que yo os hablo no tienen que proteger a nadie ni se les podría exigir que lo hicieran.

Lo peor del hombre es que es un animal de costumbres y no es nada fácil cambiar ese feo hábito que ha adquirido de envidiar y odiar por igual. Supongo que lo único que podemos hacer es cruzar los dedos y desear que en algún momento prevalezca la compasión y que seamos capaces de ver que no somos tan diferentes los unos de los otros.