lunes, 16 de junio de 2014

Mi cielo, tu cielo

Son múltiples las religiones que existen en la actualidad, porque el hombre necesita respuestas dentro de este caos. Sólo unas pocas han conseguido un gran número de adeptos y son consideradas como "de las grandes" religiones. Cada una de ellas tiene una idea diferente sobre lo que sucede después de morir. Algunos hablan del cielo/infierno (según cómo te hayas portado en vida), otras creen en la reencarnación y los agnósticos defienden la "nada" una vez morimos. Pero tal vez todos estén en lo cierto.

Puede que cuando morimos no haya nada parecido a un paraíso o un infierno, en el que podamos disfrutar eternamente o sufrir hasta la infinidad. Es posible que volvamos a vivir nuestra propia vida u otra cualquiera, pero siendo nosotros mismos. No se trata del eterno retorno, ni de una repetición cíclica de nuestra vida paso por paso. Me refiero a la posibilidad de hacer las cosas mejor, pero sin saber que las estamos haciendo otra vez, que hubo una o miles de veces anteriores que vivimos esa vida y cometimos o no los mismos errores. Visto así, nos podríamos encontrar ante un premio (podría considerarse el cielo, por lo tanto) o un castigo (un infierno del que nunca podremos salir).

Esta idea está muy bien reflejada en una película que vi hace poco tiempo y que recomiendo a todo el mundo, pese a que no esté usando mi sección de cine para ello. Se titula "Cruel&Unusual" (no sé cómo la traducirán al español si es que la estrenan doblada) y presenta un concepto del infierno muy original en el que estás condenado a repetir el último día de tu vida una y otra vez, sin poder modificar lo que sucedió.

Así que, pensando mucho en ello, creo que tal vez al morir no encontremos nada, porque no recordemos nada de nuestra vida anterior. Sin embargo, es posible que repitamos esa vida de una forma u otra y que de ahí surjan los famosos "deja vu" en los que nos parece volver a vivir un momento que ya hemos vivido con anterioridad.

Esa es mi nueva idea sobre lo que hay después de la vida y quería compartirla, porque lo que me niego a creer es que no haya absolutamente nada, sólo oscuridad y silencio.

viernes, 16 de mayo de 2014

Margaritas

Simón iba todos los años en vacaciones a casa de sus abuelos. Al llegar a la acera de enfrente de su casa, siempre se agachaba para coger una pequeña margarita que crecía entre dos baldosas. La contemplaba bajo el sol como si fuera la creación más perfecta de la humanidad, porque su sencillez y pureza era absoluta. Sin embargo, Simón fue creciendo y las visitas a los abuelos se fueron reduciendo cada vez más. Llegó hasta el punto de olvidar a esa margarita que nacía entre dos baldosas y la pisoteaba al andar, sin reparar en su existencia.



Los abuelos de Simón murieron a una edad avanzada, podría decirse que de viejos, ya que su maltrecha memoria provocó que olvidaran cortar el gas y se durmieron para siempre. Todos se apenaron mucho por estas muertes, pero Simón pensó que era bonito que dejaran este mundo juntos, porque él nunca vio a nadie quererse tanto. Si no hubiera pasado esta desgracia, el que sobreviviera al otro, habría muerto de pena. Cuando bajó del coche y puso sus pies en la acera, su mirada bajó hasta la margarita que crecía más bonita que nunca en el hueco entre las dos baldosas. Sonrió instintivamente. Se agachó lentamente y la arrancó para observar ese blanco tan puro con su corazón amarillo. No lo pensó dos veces y se fue a la floristería.

Tras el funeral y el consiguiente entierro, todos se fueron retirando de la tumba poco a poco hasta que Simón se quedó solo. Podía parecer extraño ver a un joven delante de una tumba con una media sonrisa en la cara, pero se debía a la corona de flores que les había regalado a sus abuelos. Se trataba de una hermosa y gran corona de margaritas atravesada por una banda blanca en la que ponía: "Vuestra sencillez os hacía hermosos".

viernes, 18 de abril de 2014

Te odio tanto que acabaré contigo

Este año se cumplen veinte desde la masacre que tuvo lugar en Rwanda y hace unas semanas vi la película "Hotel Rwanda", sí soy un desastre porque aún no la había visto, ya que este tipo de películas me gusta verlas sola y con tranquilidad, ya que me producen un profundo pesar y reflexión.



En este caso no quiero hablar del argumento de la película ni recomendarla (cosa que hago, obviamente), se trata de compartir una reflexión que me atormenta durante días cuando veo alguna historia de este tipo. Más bien, se trata de dos pensamientos. El primero de ellos es la capacidad que tiene el ser humano para odiar lo que no entiende o, lo que es peor, lo que envidia. En esta película se produce la práctica exterminación de un grupo étnico o subgrupo dentro de una misma etnia, como prefiera decirse. Lo cierto es que no existía ningún rasgo externo que permitiera distinguir a unos de otros y era necesario comprobar los documentos de identidad para decidir si se asesinaba a esa persona o no. En el caso de las mujeres, muchas eran violadas o secuestradas para convertirse prácticamente en esclavas sexuales del ejército exterminador. Lo que siempre me ha llamado la atención es cómo se puede despreciar tanto a una persona como para matarla como si de un perro se tratara, pero sí pueden mantener relaciones sexuales con sus mujeres. Personalmente, no me acostaría con una rata (si ello fuera físicamente posible) porque me dan asco, así que me resulta incomprensible que un hombre viole a una mujer que considera peor que el animal más horrible del mundo. Extrapolando este caso al de los nazis y los judíos, sigue asombrándome que se pueda odiar tanto a una etnia, una raza, a una persona...como para causarle un sufrimiento terrible y querer acabar con ellos a toda costa. Puedo entender el odio hacia quien te ha causado un mal, aunque ahí hablaría más de venganza que de odio, en sentido estricto, aunque a veces vayan de la mano. El ser humano puede llegar a ser el animal más irracional que pisa la tierra cuando mata por el simple hecho de matar o cuando quiere disfrazar la envidia de odio, porque siempre son los ricos y poderosos los objetivos de esas matanzas que después escandalizan a los que miraron hacia otro lado y creyeron que no era su problema.

Mi otra reflexión es sobre los héroes silenciosos, que no visten ningún uniforme ni reciben medallas por salvar vidas. En el caso de la película a la que me he referido al comienzo de esta entrada, nos encontramos con un protagonista que se jugó su propia vida acogiendo a miembros del grupo objeto de exterminio y cuando pudo abandonar el país, no lo hizo por intentar ayudar a más personas que no tenían nada y que iban a ser masacradas. Nuevamente, no puedo dejar de ver cierto paralelismo con ese alemán avaro que poco a poco usó su fortuna para salvar a todos los judíos que pudo en "La lista de Schindler". Obviamente, los soldados que arriesgan su vida para salvar a los inocentes de una matanza o una guerra que ellos no pidieron ni provocaron, merecen también mi admiración, pero lo cierto es que ellos tienen una obligación inherente a su puesto, mientras que los héroes de los que yo os hablo no tienen que proteger a nadie ni se les podría exigir que lo hicieran.

Lo peor del hombre es que es un animal de costumbres y no es nada fácil cambiar ese feo hábito que ha adquirido de envidiar y odiar por igual. Supongo que lo único que podemos hacer es cruzar los dedos y desear que en algún momento prevalezca la compasión y que seamos capaces de ver que no somos tan diferentes los unos de los otros.