Le gustaba coger el secador y colocarlo a una potencia muy baja para escuchar ese sonido que le recordaba al viento sobre las olas del mar. Su madre siempre se lo arrancaba de las manos cuando lo descubría aferrado al aparato bajo las sábanas. A veces se dormía con él enchufado y soñaba que corría por la arena. Casi podía sentir cómo su ropa se movía con el viento mientras su piel se tostaba bajo el sol.
También le gustaba echar sal en la bañera, siempre sin que le viera su madre. Se sumergía en el agua durante largos minutos esperando coger ese sabor salitre que tenía su padre, puede que incluso su olor. Los días que conseguía crear el clima adecuado, soñaba con la mar. Si tenía suerte, veía la figura de su padre al trasluz. Su cara ya no podía evocarla y le causaba un malestar difícil de soportar.
Deseaba hacerse mayor para dejar la tierra y marcharse mar a dentro. Se haría un gran marinero como su padre y le buscaría sin fin en ese profundo azul hasta encontrarle. Sólo esperaba que no hubiese sido seducido por ninguna sirena con sus cánticos que podían volver loco al más fuerte de los hombres. Y si tenía la mala suerte de que Neptuno lo arrastrara con sus fuertes brazos, le quedaría el consuelo de saber que perecería de la misma forma que su padre y ambos yacerían por la eternidad en la inmensidad del mar, llevando sus susurros con el viento para que su madre los escuchara cuando los echara de menos.