La mano ensangrentada golpeó los azulejos blancos nuclear y comenzó a deslizarse lentamente. Las gotas de sangre se difuminaban al caer al agua que llenaba el fondo de la bañera. El dolor se apoderó de ella y sintió como si le estuvieran retorciendo las entrañas. Tuvo que apoyarse en la pared para resistirlo.
Había seguido las instrucciones que su amiga le había dado al pie de la letra. Esterilizó la aguja dos veces con agua hirviendo para evitar cualquier infección y pensó que hacerlo todo en el baño sería mucho más fácil, higiénico y se limpiaría mejor que colocar una toalla en el suelo. También ella se aseó bien antes de introducirse la aguja de tejer por la vagina, pero lo cierto es que pese a todas las precauciones, no paraba de sangrar. El agua se había vuelto roja. Pensó en la conversión del agua en vino y no pudo evitar esbozar una absurda sonrisa.
Decidió sentarse en la bañera. Estaba demasiado cansada para seguir de pie. La sangre aguada la cubría casi hasta la cintara. Comenzó a llorar en silencio y empezó a tener mucho sueño. Sólo cerraría los ojos durante un instante y después se levantaría. Ya casi no le dolía, seguro que también había dejado de sangrar. Se acarició la barriga, como otras tantas veces. Y pensó por un instante que tal vez, sólo tal vez, no había sido una buena idea el querer acabar con ese embarazo.