Apretó su mano muy fuerte, hasta que los dedos comenzaron a ponerse blancos y sintió cómo se le dormían. Entonces pensó que algo dentro de ella también parecía dormirse o, más bien, morirse. Parecía que ya no existía más dolor, que no podría soportar ni un ápice más de dolor. Al mismo tiempo se asombraba de la infinita capacidad de sufrimiento que tiene el ser humano, porque incluso en los peores momentos, es capaz de volver a levantarse y continuar caminando, esperando que suceda algo nuevo que mate otra parte más de su interior, de su ser. Al final todas las madres que sobrevivieran a esa guerra no serían más que sombras deambulando por la tierra, incapaces de sentir nada, sólo podrían convivir con ese dolor que ya formaba parte de ellas y que era tan suyo que no permitirían que nadie se lo quitara. Se llevarían a sus hijos,a sus maridos, sus casas, sus alimentos, su dignidad...pero su sufrimiento era sólo suyo y nadie podría quitárselo jamás.
Mientras aferraba fuerte esa mano que parecía tan pequeña dentro de la suya, ajada por el tiempo y el trabajo duro, recordó cuando su hija aún iba a esas escuelas que los europeos hacían para intentar educar a los niños del África. Ella siempre llegaba a casa contando historias que había oído allí y se asombró mucho cuando un maestro le contó que él había vivido durante la Segunda Guerra Mundial en un campo de concentración y que habían estado a punto de exterminar a su pueblo, el pueblo judío. Menos mal que los medios y la gente en general no permitiría que se olvidara lo que había sucedido.
Ahora miraba los ojos muertos de su hija y pensaba si en Europa se hablaría de las grandes guerras que se libraban en África y que acababan con tribus enteras. Si alguien querría escuchar su historia y oír cómo habían muerto ya dos de sus hijos en un sitio que ni si quiera conocía, sin poder recuperar sus cuerpos porque los enterraban dónde y cómo podían. Fosas comunes, creía recordar que llamaban en Europa al lugar donde estaban todos esos judíos masacrados. Y ahora, tenía a su hija muerta en una cuneta, violada y con la mirada perdida en un lugar tan lejano que no podía ni imaginarlo. Ojalá nadie olvidara tampoco sus guerras ni su dolor.