martes, 8 de mayo de 2012

Mi filmoteca particular: Los juegos del hambre

Hace unos días fui a ver, con pocas esperanzas, la película Los juegos del hambre. He de reconocer que no me he leído el libro de Suzzanne Collins en el que se basa, aunque me han informado de que la adaptación es bastante buena pese a ciertas omisiones que no quedan muy claras en el largometraje.

Salí del cine bastante contenta, porque me gustó la historia y la forma en la que la contaban. Debería admitir el hecho de que tengo ganas de saber qué sucede en la segunda y tercera parte. Los actores son correctos, destacando Jennifer Lawrence en el papel de Katniss Everdeen, también conocida como la chica en llamas durante los juegos del hambre. Puede parecer una desconocida para el público en general, pero lo cierto es que ya se está haciendo un hueco en Hollywood y no ha pasado desapercibida para los críticos, tal y como demuestra su nominación a los Óscar por Winter's Bone.

En todo caso, mi intención no es hacer una verdadera crítica sobre la película, sino más bien  hablar de una idea que me rondaba por la cabeza durante su visionado. En líneas generales la trama trata la existencia de un poder central conocido como el Capitolio y un total de doce distritos que tienen que pagar un tributo anual (consistente en un chico y una chica entre 12 y 18 años) como castigo por haberse sublevado contra el primero. De los veinticuatro participantes en estos juegos sólo puede quedar uno, por lo que deben sobrevivir a las condiciones extremas a las que se ven sometidos y evitar que los demás les maten. Para los ciudadanos del Capitolio es una auténtica diversión y apuestan por unos y otros participantes como si de animales se trataran. 

Sorprende el  hecho de que la historia se desarrolle en los septuagésimo cuartos juegos, ya que admitían con sumisión el sacrificio de sus jóvenes. Por eso no paraba de pensar por qué no se rebelaban contra el poder central, ya que a todo ello se unía el hecho de que vivían en una extrema pobreza. A su vez, relacioné esta idea con la trilogía El Imperio de Isaac Asimov donde también existen una serie de planetas sometidos a otro, pese a que ellos tienen las materias primas que necesitan los demás para sobrevivir. 

En la película, el distrito once se subleva cuando muere una de sus participantes, aunque en el libro no ocurre lo mismo. Supongo que tienen que llegar a tocarte esa fibra sensible que parece que has perdido, junto con la capacidad de quejarte o de sentir las penurias y la opresión a la que están sometidos. Rememoré una clase en la Universidad en la que nos hablaron de un campo de concentración (siento no recordar el nombre) en el que un judío que estaba cortando leña con un hacha decidió abrirle con ella la cabeza a uno de los soldados nazis y todos sus compañeros siguieron su ejemplo. En pocas horas eran libres, porque el sometido no se da cuenta muchas veces de que un hombre armado no puede hacer nada antes cientos de personas.

Espero que las siguientes entregas cumplan mis expectativas y surja la revolución, porque todas las personas tienen su límite y no les importa arriesgar la vida cuando no tienen nada que perder y mucho que ganar. Tal y  como menciona el presidente del Capitolio durante la película, la esperanza es más fuerte que el miedo.